Aula 102 - Indolentes


Entramos por un pasillo muy largo y oscuro, no muy largo, pero si muy oscuro, la única luz visible era la que se filtraba por la cerradura, era una luz pobre, cansada. Era una débil y amarillenta luz, que venía desde de una puerta casi imposible de observar. Puerta, que Victorino abrió lentamente. El entró primero, pero aún así, sentí que algo me empujo hacia adentro de la habitación. La puerta, solita se cerró fuertemente e hizo un sonido como de disparo, pero eso, eso no era lo más terrorífico, lo peor, fue ver a todas esas personas abstraídas en sus hojas, grandes y chicos, hombres y mujeres, era un aula indescriptible, millones de cabezas mirando sus respectivas mesas. Podría haber juntado valor para gritar, y sé que se hubiera escuchado un eco infinito, pero no quería saber qué hubiera pasado si hubiese despertado esos cuerpos, de su trance fantasmagórico.

El olor a madera quemada era inconfundible, además de todo el polvo en el piso, el suelo estaba lleno de mina de lápiz, creo que hasta casi me tapaba las zapatillas. Un reloj analógico negro con números impresos con sangre, marcaba las 11:48. Mi vista se centró en un chico, joven, como yo, de altura mediana, pelo marrón, con la simple cara de un chico simpático y divertido, ¿no? Pero no era una cara alegre, era una cara opaca y sombría como la de un zombi, y sus ojos, sus ojos blancos como una bombilla a semiapagar, sin pupilas, porque eran todo blancos, mas bien amarillentos, y oscuros a la vez. Me volví, mire a los demás, también, la cara pálida e infeliz y los ojos sin pupilas, eran una característica que todos compartían.

-¿Un nuevo Victorino? (preguntó la maestra con ojos bien abiertos)
-Esta de paso nomás, pero quien sabe, puede que pronto venga y no de visita... (Victorino me miró como indicándome que era una broma.)

Tragué saliva, y mire el reloj otra vez.

El reloj se posaba en los 11:53. Sacudí el polvo de mis viejas y un poco agujereadas zapatillas del momento y caminé hacia un hombre, que al acercarme levantó pesadamente la cara como echándome.
El ruido de un lápiz impactó en el silencioso salón. Miré cuatro o cinco filas adelante, un chico transpiraba como cerdo, con el ojo derecho,”miraba’’ la hoja y con el izquierdo, el lápiz tirado en el suelo, que todavía rodaba de aquí para allá, indeciso, de su destino final.
La furiosa maestra, observó desafiante al chico, el chico la miró como pidiendo piedad.

-¡No, no, por favor no!

Solo bastó un chasquido de dedos de la maestra para que se abriera una compuerta del suelo, el chico cayó, y no se escuchó el impacto.
Miré a Victorino, intentando decirle que tenía miedo.

-Tranquilo, solo le van a enseñar algo.

Ni un solo ”alumno’’ de esa macabra sala pronunció algo. Era un silencio aterrador, un silencio perforante.

Di media vuelta y miré al chico de antes, me acerqué, casi tanto como para chocarme contra él, me agaché para ver su cara, era mas fría que antes y más triste aún. Parecía ignorarme o más bien que no me veía. Caminé una vez mas hasta una chica de unos quince años, que muy lentamente levanto la cabeza, con los ojos llorosos, me estudió, bajó la cabeza y pronunció casi para sus adentros:
-Suertudo.
Una lágrima mojó su hoja, me sentí apenado, y volví hacia Victorino.

-¿Victorino? ¿Quiénes son ellos? ¿Qué hicieron?
(Se rasca la corta y blanca barba que tiene y responde ligeramente:)
-La tarea, muchos se quejan, pero la hacen.
-¿Cómo? No entiendo.
-Hay chicos que a veces no hacen la tarea, pero estos, estos son los que nunca la hacen, y la vagancia, la vagancia se paga muy caro.
Trago saliva y miro de nuevo al chico, me doy vuelta para mirar a Victorino, que dice suavemente,
- Silencio, mirá.

Victorino hace un gesto de ansiedad y paciencia, a la vez, que intimida, pero tranquiliza
Miro otra vez al chico, ésta vez, más desesperado, todos estaban más desesperados. El reloj ya marcaba 11:57 en el momento descubrí, que, en vez de escribir letras, escribían líneas y curvas sin sentido, no eran letras, ningún dialecto humano podría ser... eso.

Me rasqué el brazo, era un mosquito, chiquito, pero picaba fuerte, picaba con potencia. Antes de que lo aplastara contra mi pierna, se movió y voló hasta el chico, se posó en su pierna y lo pinchó, empezó a extraer sangre, el mosquito succionaba tanto que no se como no murió de ahogamiento, me acerqué al chico, y unos segundo antes de que matara al mosquito por él, Victorino me reprendió.

-No lo toques, no sos uno de ellos...

Me alejé, como un perrito domesticado hasta la puerta, con Victorino. El mosquito desplegó sus alas, comenzó a volar y se fue por la oscura cerradura.

¡Riiiiiiiiiing! Suena una chicharra. El reloj marca las doce en punto, la maestra, arrugada como sus años, y anciana debido a ellos, se levanta de su silla y se pasea por el salón, mirando las hojas. Se ríe macabramente y saca de su mano un látigo, un látigo que se incendia, pero no se quema, el látigo en llamas iba cortando las manos de par en par. Gritos descabellados, lamentos desgarradores y chillidos desdibujados coparon el aula.

Luego de unos segundos, supondré que quince o veinte, las manos ensangrentadas se regeneraron y comenzaron a escribir otra vez, al igual que antes. La maestra, de pelo canoso y grasoso mueve, con sus largos y desmarañados dedos, las agujas, hasta las 10:40.

-Eeeeeehhhh, la verdad Victorino, no entiendo.
-Hacen un trabajo, como un examen, que consta de 100 páginas para hacer en 80 minutos.

-Sería difícil llegar, pero creo que es posible...
-Y lo es.
-¿Cómo?
-Si se esfuerzan, y ya tienen una rapidez descomunal escribiendo serían capaces de llegar, pero no sería una tarea presentable, semejantes garabatos nunca serían aprobados.
- Aprovecho para preguntar, ¿Qué es lo que escriben? ¿O... en qué idioma lo hacen?
-No es ningún idioma, es escribir de memoria.
-¿Por qué?
-¿No recuerdas? No tienen pupilas.

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