Aula 103 - Asesinos

Recuerdo ese terrible olor a heces y animales muertos, el sonido de las bestias aullando y de los humanos gritar, la visión de ese terrible lugar lleno de sangre por todas partes. Pero mejor debería comenzar desde el principio.
Apenas hube puesto un pie en el aula, tuve a mis costados dos guardias o demonios que me forzaron a entrar, me condujeron por un pasillo hacia lo que yo creí que era el centro de ese lugar interminable y de ahí me llevaron hacia la Gran Columna: miles o millones de personas estaban unidas a ella por medio de largas cadenas y la rodeaban caminando. Al llegar a una línea marcada en el piso, un demonio los cortaba a la mitad y la parte superior era desgarrada por las mandíbulas de unas hienas, mientras que a las piernas, aún caminando, se las devoraba una bandada de buitres. Al llegar a una segunda línea los buitres se alejaban y el cuerpo se regeneraba para volver a empezar el macabro circuito.
Me acerqué a uno de los hombres encadenados y le pregunte qué era eso. Con un lamento, él me respondió que era un castigo. Yo le pregunté a qué se debía semejante castigo y él, mientras caminaba, cada vez más cerca de la línea, dijo que durante su vida había sido un asesino y me repitió que ésa era su condena. Entonces me miró de frente y me dijo “Éste será también tu castigo al morir” y rió desenfrenadamente, por última vez, justo antes de que la cimitarra del demonio lo partiera en dos mitades.
Muerto de terror, corrí y corrí hasta llegar a un risco desde donde se veían otras columnas como aquella de la que había huido. ¡El horror! ¡Una plaza de calesitas atroces! Cada columna tenía sus propios miles o millones de hombres encadenados que no hacían más que girar sin tregua, sin sentido, sin esperanza. Fue entonces que sentí los primeros sismos. Al principio los creí un efecto de mi mente alucinada, pero no tardé en comprender que la tierra en donde yo estaba parado se agitaba, se aflojaba de a poco, hasta que por fin cedió y yo caí, caí y caí… Y entonces, como si todo hubiera sido un mal sueño, me encontré de nuevo en el pasillo de las aulas. Victorino, a mi lado, me miraba sin perplejidad.

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